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HECHOS
La promesa
del Espíritu Santo
(Hch 1:1) En el primer tratado, oh
Teófilo, hablé acerca de todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar,
(Hch 1:2) hasta el día en que fue
recibido arriba, después de haber dado mandamientos
por el
Espíritu Santo a los apóstoles que había escogido;
(Hch 1:3) a quienes también, después
de haber sufrido [padecido], se presentó vivo con muchas pruebas
indubitables, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca del
reino de Dios.
(Hch 1:4) Y estando juntos, les
mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oyeron
de mí.
(Hch 1:5) Porque Juan ciertamente
bautizó con agua, mas ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días.
La ascensión
(Hch 1:6) Entonces los que se habían
reunido le preguntaron, diciendo: Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este
tiempo?
(Hch 1:7) Y les dijo: No les toca a
ustedes saber los tiempos o las
sazones, que el Padre puso en su sola potestad;
(Hch 1:8) pero recibirán poder,
cuando haya venido sobre ustedes el Espíritu
Santo, y me serán testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo
último de la tierra.
(Hch 1:9) Y habiendo dicho estas
cosas, viéndolo ellos, fue alzado, y le recibió una nube que le ocultó de sus
ojos.
(Hch 1:10) Y estando ellos con los
ojos puestos en el cielo, entre tanto que él se iba, he aquí se pusieron junto
a ellos dos varones con vestiduras blancas,
(Hch 1:11) los cuales también les
dijeron: Varones galileos, ¿por qué están mirando al cielo? Este mismo Jesús,
que ha sido tomado de ustedes al cielo, así vendrá como le han visto ir al
cielo.
Elección del
sucesor de Judas
(Hch 1:12) Entonces volvieron a
Jerusalén desde el monte que se llama del Olivar, el cual está cerca de
Jerusalén, camino de un día sábado [día de reposo o festivo].
(Hch 1:13) Y entrados, subieron al
aposento alto, donde moraban Pedro y Jacobo, Juan, Andrés, Felipe, Tomás,
Bartolomé, Mateo, Jacobo hijo de Alfeo, Simón el Zelote y Judas hermano de
Jacobo.
(Hch 1:14) Todos éstos perseveraban
unánimes en oración y ruego, con las
mujeres, y con María la madre de Jesús, y con sus hermanos.
(Hch 1:15) En aquellos días Pedro se
levantó en medio de los hermanos (y «los reunidos» eran como ciento veinte «en número),» y dijo:
(Hch 1:16) Varones hermanos, era
necesario que se cumpliese la Escritura en que el Espíritu
Santo habló antes por boca de David
acerca de Judas, que fue guía de los que prendieron a Jesús,
(Hch 1:17) y era contado con
nosotros, y tenía parte en este ministerio.
(Hch 1:18) Este, por lo tanto, con el
salario de su iniquidad adquirió un campo, y cayendo de cabeza, se reventó por
la mitad, y todas sus entrañas se derramaron.
(Hch 1:19) Y fue notorio a todos los
habitantes de Jerusalén, de tal manera que aquel campo se llama en su propia
lengua, Acéldama, «que quiere decir,» Campo de sangre.
(Hch 1:20) Porque está escrito en el libro de los Salmos: Sea hecha desierta su
habitación, Y no haya quien habite [resida,
more] en ella; y: Tome otro su
oficio.
(Hch 1:21) Es necesario, por lo
tanto, que de estos hombres que han estado juntos con nosotros todo el tiempo que el Señor Jesús entraba y salía
entre nosotros,
(Hch 1:22) comenzando desde el
bautismo de Juan hasta el día en que de entre nosotros fue recibido arriba, uno
sea hecho testigo con nosotros, de su resurrección.
(Hch 1:23) Y señalaron a dos: a José,
llamado Barsabás, que tenía por sobrenombre Justo, y a Matías.
(Hch 1:24) Y orando, dijeron: Tú, Señor, que conoces los corazones de todos,
muestra cuál de estos dos has escogido,
(Hch 1:25) para que tome la parte de
este ministerio y apostolado, de que cayó Judas por transgresión, para irse a
su propio lugar.
(Hch 1:26) Y les echaron suertes, y
la suerte cayó sobre Matías; y fue contado con los once apóstoles.
La venida del
Espíritu Santo
(Hch 2:1) Cuando llegó el día de
Pentecostés, estaban todos unánimes juntos.
(Hch 2:2) Y de repente vino del
cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la
casa donde estaban sentados;
(Hch 2:3) y se les aparecieron
lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos.
(Hch 2:4) Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en
otras lenguas, según el Espíritu les
daba que hablasen.
(Hch 2:5) habitaban [residían, moraban] entonces en Jerusalén judíos, varones piadosos, de todas las naciones
bajo el cielo.
(Hch 2:6) Y hecho este estruendo, se
juntó la multitud; y estaban confusos, porque cada uno les oía hablar en su
propia lengua.
(Hch 2:7) Y estaban atónitos y
maravillados, diciendo TM [unos a otros]: Observen, ¿no son galileos todos estos que hablan?
(Hch 2:8) ¿Cómo, por lo tanto, les
oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido?
(Hch 2:9) Partos, medos, elamitas, y
los que habitamos en Mesopotamia, en Judea, en Capadocia, en el Ponto y en
Asia,
(Hch 2:10) en Frigia y Panfilia, en
Egipto y en las regiones de África más allá de Cirene, y romanos aquí
residentes, tanto judíos como prosélitos,
(Hch 2:11) cretenses y árabes, les
oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios.
(Hch 2:12) Y estaban todos atónitos y
perplejos, diciéndose unos a otros: ¿Qué quiere decir esto?
(Hch 2:13) Mas otros, burlándose,
decían : Están llenos de mosto.
Predicación
de Pedro en día de Pentecostés
(Hch 2:14) Entonces Pedro, poniéndose
en pie con los once, alzó la voz y les habló diciendo: Varones judíos, y todos
los que habitan en Jerusalén, esto les sea notorio, y escuchen mis declaraciones.
(Hch 2:15) Porque éstos no están
ebrios, como ustedes suponen, puesto que es la hora tercera del día.
(Hch 2:16) Mas esto es lo dicho por
el profeta Joel:
(Hch 2:17) Y en los últimos [postreros, siguientes] días, dice Dios, Derramaré de mi Espíritu
sobre toda carne, Y sus [de ustedes] hijos y sus [de ustedes] hijas profetizarán; Sus [de ustedes] jóvenes verán visiones, Y sus [de ustedes] ancianos soñarán sueños;
(Hch 2:18) Y de cierto sobre mis
esclavos y sobre mis siervas en aquellos días Derramaré de mi Espíritu, y profetizarán.
(Hch 2:19) Y daré maravillas [prodigios, cosas extraordinarias] arriba en el cielo, Y señales abajo en la tierra, Sangre y fuego y vapor de humo;
(Hch 2:20) El sol se convertirá en
tinieblas, Y la luna en sangre, Antes que venga el día del Señor,
Grande y manifiesto;
(Hch 2:21) Y todo aquel que invocare
el nombre del Señor, será salvado.
(Hch 2:22) Varones Israelitas,
escuchen estas palabras: Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre ustedes
con las capacidades [potencia,
fuerza], maravillas [prodigios, cosas extraordinarias] y señales que Dios hizo entre ustedes por medio
de él, como ustedes mismos saben;
(Hch 2:23) a éste, entregado por el
determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendieron y mataron
por manos de inicuos [violadores de la ley, ilegales, los que andan sin
ley], crucificándole;
(Hch 2:24) al cual Dios levantó,
sueltos los dolores de la muerte, por
cuanto era imposible que fuese retenido por ella.
(Hch 2:25) Porque David dice de él:
Veía al Señor siempre delante de mí; Porque está a mi diestra, no seré
conmovido.
(Hch 2:26) Por lo cual mi corazón se alegró, y se gozó mi lengua, Y aun
mi carne descansará en esperanza;
(Hch 2:27) Porque no dejarás mi alma en el Hades, Ni
permitirás que tu Santo vea corrupción.
(Hch 2:28) Me hiciste conocer los
caminos de la vida; Me llenarás de gozo con tu presencia.
(Hch 2:29) Varones hermanos, se les
puede decir libremente del patriarca David, que murió y fue sepultado, y su sepulcro
está con nosotros hasta el día de hoy.
(Hch 2:30) Pero siendo profeta, y sabiendo que con juramento Dios le
había jurado que de «su descendencia,» en cuanto a la carne,
levantaría al Cristo para que se sentase en su trono,
(Hch 2:31) viéndolo antes, habló de la resurrección de Cristo, que su alma
no fue dejada en el Hades, ni su carne vio corrupción.
(Hch 2:32) A este Jesús resucitó
Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos.
(Hch 2:33) Así que, exaltado por la
diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa
del Espíritu Santo, ha derramado TM [ahora] esto
que ustedes ven y oyen.
(Hch 2:34) Porque David no subió a
los cielos; pero él mismo dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi
diestra,
(Hch 2:35) Hasta que ponga a tus
enemigos por estrado de tus pies.
(Hch 2:36) Sepa, por lo tanto,
ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien ustedes
crucificaron, Dios le ha hecho Señor y Cristo.
(Hch 2:37) Al oír esto, se
compungieron de corazón, y dijeron a
Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?
(Hch 2:38) Pedro les dijo: Arrepiéntanse, y bautícese cada uno de
ustedes en el nombre de Jesús, el Cristo para perdón de los pecados; y recibirán el don del Espíritu Santo.
(Hch 2:39) Porque para ustedes es la promesa, y para sus [de ustedes] hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro
Dios llamare.
(Hch 2:40) Y con otras muchas
palabras testificaba y les exhortaba, diciendo: Sean salvados de esta perversa generación.
La Iglesia
primitiva
(Hch 2:41) Así que, los que
recibieron TM [con gozo] su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil
almas [personas].
(Hch 2:42) Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión
unos con otros, en el partimiento del pan
y en las oraciones.
(Hch 2:43) Y sobrevino temor a toda alma [persona]; y muchas maravillas [prodigios,
cosas extraordinarias] y señales
eran hechas por los apóstoles.
(Hch 2:44) Todos los que habían
creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas;
(Hch 2:45) y vendían sus propiedades
y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno.
(Hch 2:46) Y perseverando unánimes
cada día en el templo, y partiendo el pan
en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón,
(Hch 2:47) alabando a Dios, y
teniendo favor con todo el pueblo. Y el
Señor añadía
cada día a la iglesia los que habían de ser salvados.
Curación de
un cojo
(Hch 3:1) Pedro y Juan subían juntos
al templo a la hora novena, la de la oración.
(Hch 3:2) Y era traído un hombre
cojo «de nacimiento,» a quien ponían cada día a
la puerta del templo que se llama la Hermosa, para que pidiese limosna de los
que entraban en el templo.
(Hch 3:3) Este, cuando vio a Pedro y
a Juan que iban a entrar en el templo, les rogaba que le diesen limosna.
(Hch 3:4) Pedro, con Juan, fijando
en él los ojos, le dijo: Míranos.
(Hch 3:5) Entonces él les estuvo
atento, esperando recibir de ellos algo.
(Hch 3:6) Mas Pedro dijo: No tengo
plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesús, el Cristo de
Nazaret, levántate y anda.
(Hch 3:7) Y tomándole por la mano
derecha le levantó; y al instante se le afirmaron los pies y tobillos;
(Hch 3:8) y saltando, se puso en pie
y anduvo; y entró con ellos en el templo, andando, y saltando, y alabando a
Dios.
(Hch 3:9) Y todo el pueblo le vio
andar y alabar a Dios.
(Hch 3:10) Y le reconocían que era el
que se sentaba a pedir limosna a la puerta del templo, la Hermosa; y se
llenaron de asombro y espanto por lo que le había sucedido.
Predicación
de Pedro en el pórtico de Salomón
(Hch 3:11) Y teniendo asidos a Pedro
y a Juan el cojo que había sido sanado, todo el pueblo, atónito, concurrió a
ellos al pórtico que se llama de Salomón.
(Hch 3:12) Viendo esto Pedro, respondió
al pueblo: Varones Israelitas, ¿por qué se maravillan de esto? ¿o por qué ponen
los ojos en nosotros, como si por nuestro poder o piedad [reverencia y respeto, compasión] hubiésemos hecho andar a éste?
(Hch 3:13) El Dios de Abraham, de
Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su Hijo Jesús, a
quien ustedes entregaron y negaron
delante de Pilato, cuando éste había resuelto ponerle en libertad.
(Hch 3:14) Mas ustedes negaron al Santo
y al Justo, y pidieron que se les diese
un homicida,
(Hch 3:15) y mataron al Autor de la vida, a quien Dios ha resucitado de
los muertos, de lo cual nosotros somos testigos.
(Hch 3:16) Y por la fe en su nombre, a éste, que ustedes ven y
conocen, le ha confirmado su nombre; y la fe
que es por él ha dado a éste esta completa sanidad en presencia de todos
ustedes.
(Hch 3:17) Mas ahora, hermanos, sé
que por ignorancia
lo han hecho, como también sus [de ustedes] gobernantes.
(Hch 3:18) Pero Dios ha cumplido así
lo que había antes anunciado por boca de todos sus profetas, que su Cristo había de sufrir [padecer].
(Hch 3:19) Así que, arrepiéntanse y conviértanse,
para que sean borrados sus [de ustedes] pecados; para que vengan de la
presencia del Señor tiempos de
refrigerio,
(Hch 3:20) y él envíe a Jesús, el
Cristo, que les fue antes anunciado;
(Hch 3:21) a quien de cierto es
necesario que el cielo reciba hasta los
tiempos de la restauración de
todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido
desde tiempo antiguo.
(Hch 3:22) Porque Moisés dijo a los
padres: El Señor su [de ustedes] Dios les levantará profeta de
entre sus [de ustedes] hermanos, como a mí; a él oirán en todas las cosas que les hable;
(Hch 3:23) y toda alma que no escuche a aquel profeta, será desarraigada del pueblo.
(Hch 3:24) Y todos los profetas desde Samuel en adelante, cuantos
han hablado, también han anunciado estos días.
(Hch 3:25) Ustedes son los hijos de
los profetas, y del pacto que Dios hizo con nuestros padres,
diciendo a Abraham: En tu simiente
serán benditas todas las familias de la tierra.
(Hch 3:26) A ustedes primeramente,
Dios, habiendo levantado a su Hijo, TM [Jesús] lo envió para que les bendijese, a fin de que cada uno se convierta de su maldad.
Pedro y Juan
ante el concilio
(Hch 4:1) Hablando ellos al pueblo,
vinieron sobre ellos los sacerdotes con el jefe de la guardia del templo, y los
saduceos,
(Hch 4:2) resentidos de que
enseñasen al pueblo, y anunciasen en Jesús la resurrección
de entre los muertos.
(Hch 4:3) Y les echaron mano, y los
pusieron en la cárcel hasta el día siguiente, porque era ya tarde.
(Hch 4:4) Pero muchos de los que
habían escuchado la palabra, creyeron; y el número de los varones era como
cinco mil.
(Hch 4:5) Sucedió al día siguiente,
que se reunieron en Jerusalén los gobernantes, los ancianos y los escribas,
(Hch 4:6) y el sumo sacerdote Anás,
y Caifás y Juan y Alejandro, y todos los que eran de la familia de los sumos
sacerdotes;
(Hch 4:7) y poniéndoles en medio,
les preguntaron: ¿Con qué potestad, o en qué nombre, han hecho ustedes esto?
(Hch 4:8) Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo: Gobernantes del
pueblo, y ancianos de Israel:
(Hch 4:9) Puesto que hoy se nos
interroga acerca del beneficio hecho a un hombre enfermo, de qué manera éste
haya sido sanado,
(Hch 4:10) sea notorio a todos
ustedes, y a todo el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesús, el Cristo de
Nazaret, a quien ustedes crucificaron y a quien Dios resucitó de los muertos,
por él este hombre está en su [de ustedes] presencia sano.
(Hch 4:11) Este Jesús es la piedra reprobada por ustedes los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo.
(Hch 4:12) Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el
cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvados.
(Hch 4:13) Entonces viendo el denuedo
de Pedro y de Juan, y sabiendo que eran hombres sin letras y del vulgo, se
maravillaban; y les reconocían que habían estado con Jesús.
(Hch 4:14) Y viendo al hombre que
había sido sanado, que estaba en pie con ellos, no podían decir nada en contra.
(Hch 4:15) Entonces les ordenaron que
saliesen del concilio; y conferenciaban entre sí,
(Hch 4:16) diciendo: ¿Qué haremos con
estos hombres? Porque de cierto, señal manifiesta
ha sido hecha por ellos, notoria a todos los que habitan [residen, moran] en Jerusalén, y no lo podemos negar.
(Hch 4:17) Sin embargo, para que no
se divulgue más entre el pueblo, amenacémosles para que no hablen de aquí en
adelante a hombre alguno en este nombre.
(Hch 4:18) Y llamándolos, les
intimaron que en ninguna manera hablasen ni enseñasen en el nombre de Jesús.
(Hch 4:19) Mas Pedro y Juan
respondieron diciéndoles: Juzguen si es justo delante de Dios obedecer a
ustedes antes que a Dios;
(Hch 4:20) porque no podemos dejar de
decir lo que hemos visto y escuchado.
(Hch 4:21) Ellos entonces les
amenazaron y les soltaron, no hallando ningún modo de castigarles,
por causa del pueblo; porque todos glorificaban a Dios por lo que se había
hecho,
(Hch 4:22) ya que el hombre en quien
se había hecho este milagro de sanidad, tenía más de cuarenta años.
(Hch 4:23) Y puestos en libertad,
vinieron a los suyos y contaron todo lo que los principales sacerdotes y los
ancianos les habían dicho.
Los creyentes
proclaman la Soberanía de Dios
(Hch 4:24) Y ellos, habiéndolo
escuchado, alzaron unánimes la voz a Dios, y dijeron: Amo [soberano] Señor, tú eres el Dios que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo
lo que en ellos hay;
(Hch 4:25) que por boca de David tu
siervo dijiste: ¿Por qué se amotinan las gentes, Y los pueblos piensan cosas
vanas?
(Hch 4:26) Se reunieron los reyes de
la tierra, Y los príncipes se juntaron en uno Contra el Señor, y contra su
Cristo.
(Hch 4:27) Porque verdaderamente se unieron en esta ciudad contra tu santo Hijo
Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo
de Israel,
(Hch 4:28) para hacer cuanto tu mano
y tu consejo habían antes determinado que sucediera.
(Hch 4:29) Y ahora, Señor, mira sus
amenazas, y concede a tus esclavos que con todo denuedo hablen tu palabra,
(Hch 4:30) mientras extiendes tu mano
para que se hagan sanidades y señales y maravillas [prodigios, cosas extraordinarias] mediante el nombre de tu santo Hijo Jesús.
(Hch 4:31) Cuando hubieron orado, el
lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la
palabra de Dios.
Todas las
cosas en común
(Hch 4:32) Y la multitud de los que
habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de
lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común.
(Hch 4:33) Y con gran poder los
apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante
gracia era sobre todos ellos.
(Hch 4:34) Así que no había entre
ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo
vendido,
(Hch 4:35) y lo ponían a los pies de
los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad.
(Hch 4:36) Entonces José, a quien los
apóstoles pusieron por sobrenombre Bernabé (que traducido es, Hijo de
consolación), levita, natural de Chipre,
(Hch 4:37) como tenía una heredad, la vendió y trajo el precio y lo
puso a los pies de los apóstoles.
Ananías y
Safira
(Hch 5:1) Pero cierto hombre llamado
Ananías, con Safira su mujer, vendió una heredad,
(Hch 5:2) y sustrajo del precio,
sabiéndolo también su mujer; y trayendo sólo una parte, la puso a los pies de
los apóstoles.
(Hch 5:3) Y dijo Pedro: Ananías,
¿por qué llenó Satanás tu corazón para
que mintieses al Espíritu Santo, y
sustrajeses del precio de la heredad?
(Hch 5:4) Reteniéndola, ¿no se te
quedaba a ti? y vendida, ¿no estaba en tu poder? ¿Por qué pusiste esto en tu corazón? No has mentido a los hombres, sino a
Dios.
(Hch 5:5) Al oír Ananías estas
palabras, cayó y expiró. Y vino un gran temor sobre todos los que lo oyeron.
(Hch 5:6) Y levantándose los
jóvenes, lo envolvieron, y sacándolo, lo sepultaron.
(Hch 5:7) Pasado un lapso como de
tres horas, sucedió que entró su mujer, no sabiendo lo que había acontecido.
(Hch 5:8) Entonces Pedro le dijo:
Dime, ¿vendieron en tanto la heredad? Y
ella dijo: Sí, en tanto.
(Hch 5:9) Y Pedro le dijo: ¿Por qué
convinieron en tentar al Espíritu del
Señor? He aquí a la puerta los pies de los que han sepultado a tu esposo, y te
sacarán a ti.
(Hch 5:10) Al instante ella cayó a
los pies de él, y expiró; y cuando entraron los jóvenes, la hallaron muerta; y
la sacaron, y la sepultaron junto a su esposo.
(Hch 5:11) Y vino gran temor sobre
toda la iglesia, y sobre todos los que oyeron estas
cosas.
Muchos
milagros, señales y prodigios
(Hch 5:12) Y por la mano de los
apóstoles se hacían muchas señales y maravillas [prodigios, cosas extraordinarias] en el pueblo; y estaban todos unánimes en el pórtico de Salomón.
(Hch 5:13) De los demás, ninguno se
atrevía a juntarse con ellos; mas el pueblo los alababa grandemente.
(Hch 5:14) Y los que creían en el
Señor aumentaban más, gran número así de hombres como de mujeres;
(Hch 5:15) tanto que sacaban los
enfermos a las calles, y los ponían en camas y lechos, para que al pasar Pedro,
a lo menos su sombra cayese sobre alguno de ellos.
(Hch 5:16) Y aun de las ciudades
vecinas muchos venían a Jerusalén, trayendo enfermos y atormentados de espíritus inmundos; y todos eran sanados.
Pedro y Juan
son perseguidos
(Hch 5:17) Entonces levantándose el
sumo sacerdote y todos los que estaban con él, esto es, la secta de los
saduceos, se llenaron de celos;
(Hch 5:18) y echaron mano a los apóstoles
y los pusieron en la cárcel pública.
(Hch 5:19) Mas un ángel del Señor,
abriendo de noche las puertas de la cárcel y sacándolos, dijo:
(Hch 5:20) vayan, y puestos en pie en
el templo, anuncien al pueblo todas las declaraciones de
esta vida.
(Hch 5:21) Habiendo escuchado esto,
entraron de mañana en el templo, y enseñaban. Entre tanto, vinieron el sumo
sacerdote y los que estaban con él, y convocaron al concilio y a todos los
ancianos de los hijos de Israel, y enviaron a la cárcel para que fuesen
traídos.
(Hch 5:22) Pero cuando llegaron los
alguaciles, no los hallaron en la cárcel; entonces volvieron y dieron aviso,
(Hch 5:23) diciendo: Por cierto, la
cárcel hemos hallado cerrada con toda seguridad, y los guardas afuera de pie
ante las puertas; mas cuando abrimos, a nadie hallamos dentro.
(Hch 5:24) Cuando oyeron estas
palabras el sumo sacerdote y el jefe de la guardia del templo y los principales
sacerdotes, dudaban en qué vendría a parar aquello.
(Hch 5:25) Pero viniendo uno, les dio
esta noticia : He aquí, los varones que pusieron en la cárcel están en el
templo, y enseñan al pueblo.
(Hch 5:26) Entonces fue el jefe de la
guardia con los alguaciles, y los trajo sin violencia, porque temían ser
apedreados por el pueblo.
(Hch 5:27) Cuando los trajeron, los
presentaron en el concilio, y el sumo sacerdote les preguntó,
(Hch 5:28) diciendo: ¿No les mandamos
estrictamente que no enseñasen en ese nombre? Y ahora han llenado a Jerusalén
de su [de ustedes] doctrina, y quieren echar sobre
nosotros la sangre de ese hombre.
(Hch 5:29) Respondiendo Pedro y los
apóstoles, dijeron: Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres.
(Hch 5:30) El Dios de nuestros padres
levantó a Jesús, a quien ustedes mataron colgándole en un madero.
(Hch 5:31) A éste, Dios ha exaltado
con su diestra por Príncipe y Salvador,
para dar a Israel arrepentimiento y
perdón de pecados.
(Hch 5:32) Y nosotros somos testigos
suyos de estas declaraciones, y también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los
que le obedecen.
(Hch 5:33) Ellos, oyendo esto, se
enfurecían y querían matarlos.
(Hch 5:34) Entonces levantándose en
el concilio un fariseo llamado Gamaliel, doctor de la ley, venerado de todo el pueblo, mandó que sacasen fuera por un
momento a los apóstoles,
(Hch 5:35) y luego dijo: Varones
Israelitas, vean por ustedes lo que van a hacer respecto a estos hombres.
(Hch 5:36) Porque antes de estos días
se levantó Teudas, diciendo que era alguien. A éste se unió un número como de
cuatrocientos hombres; pero él fue muerto, y todos los que le obedecían fueron
dispersados y reducidos a nada.
(Hch 5:37) Después de éste, se
levantó Judas el galileo, en los días del censo, y llevó detrás [en pos] de sí a mucho pueblo.
Pereció también él, y todos los que le obedecían fueron dispersados.
(Hch 5:38) Y ahora les digo:
Apártense de estos hombres, y déjenlos; porque si este consejo o esta obra es
de los hombres, se desvanecerá;
(Hch 5:39) mas si es de Dios, no la
podrán destruir; no sean tal vez hallados luchando contra Dios.
(Hch 5:40) Y convinieron con él; y
llamando a los apóstoles, después de azotarlos, les intimaron que no hablasen
en el nombre de Jesús, y los pusieron en libertad.
(Hch 5:41) Y ellos salieron de la
presencia del concilio, gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer
afrenta por causa del Nombre.
(Hch 5:42) Y todos los días, en el
templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a Jesús, el Cristo.
Elección de
siete servidores para la Iglesia
(Hch 6:1) En aquellos días, como
creciera el número de los discípulos, hubo murmuración de los griegos contra
los hebreos, de que las viudas de aquéllos eran desatendidas en la distribución
diaria.
(Hch 6:2) Entonces los doce
convocaron a la multitud de los discípulos, y dijeron: No es justo que nosotros
dejemos la palabra de Dios, para servir a las mesas.
(Hch 6:3) Busquen, por lo tanto,
hermanos, de entre ustedes a siete varones de buen testimonio, llenos del Espíritu
Santo y de sabiduría, a quienes encarguemos de este
trabajo.
(Hch 6:4) Y nosotros persistiremos
en la oración y en el ministerio de la
palabra.
(Hch 6:5) Agradó la propuesta a toda
la multitud; y eligieron a Esteban, varón lleno de fe y del Espíritu
Santo, a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Parmenas, y a Nicolás
prosélito de Antioquía;
(Hch 6:6) a los cuales presentaron
ante los apóstoles, quienes, orando,
les impusieron las manos.
(Hch 6:7) Y crecía la palabra del
Señor, y el número de los discípulos se multiplicaba grandemente en Jerusalén;
también muchos de los sacerdotes obedecían a la fe.
Arresto de
Esteban
(Hch 6:8) Y Esteban, lleno de TM [fe] gracia y de poder, hacía grandes maravillas [prodigios, cosas extraordinarias] y señales entre el pueblo.
(Hch 6:9) Entonces se levantaron
unos de la sinagoga llamada de los libertos, y de los de Cirene, de Alejandría,
de Cilicia y de Asia, disputando con Esteban.
(Hch 6:10) Pero no podían resistir a
la sabiduría y al Espíritu con
que hablaba.
(Hch 6:11) Entonces sobornaron a unos
para que dijesen que le habían escuchado hablar declaraciones
blasfemas contra Moisés y contra Dios.
(Hch 6:12) Y agitaron [amotinaron] al pueblo, a los ancianos y a los escribas; y arremetiendo, le
arrebataron, y le trajeron al concilio.
(Hch 6:13) Y pusieron testigos falsos
que decían: Este hombre no cesa de hablar declaraciones
blasfemas contra este lugar santo y contra la ley;
(Hch 6:14) puesto que le hemos
escuchado decir que ese Jesús de Nazaret destruirá este lugar, y cambiará las costumbres que nos dio Moisés.
(Hch 6:15) Entonces todos los que
estaban sentados en el concilio, al fijar los ojos en él, vieron su rostro como
el rostro de un ángel.
Defensa y
muerte de Esteban
(Hch 7:1) El sumo sacerdote dijo
entonces: ¿Es esto así?
(Hch 7:2) Y él dijo: Varones hermanos
y padres, escuchen: El Dios de la gloria apareció a nuestro padre Abraham,
estando en Mesopotamia, antes que habitase [resida, morase] en Harán,
(Hch 7:3) y le dijo: Sal de tu
tierra y de tu parentela, y ven a la tierra que yo te mostraré.
(Hch 7:4) Entonces salió de la
tierra de los caldeos y habitó en Harán; y de allí, muerto su padre, Dios le
trasladó a esta tierra, en la cual ustedes habitan ahora.
(Hch 7:5) Y no le dio herencia en
ella, ni aun para asentar un pie; pero le prometió que se la daría en posesión,
y a su descendencia después de él, cuando él aún no tenía hijo.
(Hch 7:6) Y le dijo Dios así: Que su
descendencia sería extranjera en tierra ajena, y que los reducirían a
servidumbre y los maltratarían, por cuatrocientos
años.
(Hch 7:7) Mas yo juzgaré, dijo Dios,
a la nación de la cual serán esclavos; y después de esto saldrán y me servirán
en este lugar.
(Hch 7:8) Y le dio el pacto de la circuncisión; y así Abraham
engendró a Isaac, y le circuncidó al octavo día; e Isaac a Jacob, y Jacob a los
doce patriarcas.
(Hch 7:9) Los patriarcas, movidos
por envidia, vendieron a José para Egipto; pero Dios estaba con él,
(Hch 7:10) y le libró de todas sus
tribulaciones, y le dio gracia y sabiduría delante de Faraón rey de
Egipto, el cual lo puso por gobernador sobre Egipto y sobre toda su casa.
(Hch 7:11) Vino entonces hambre en
toda la tierra de Egipto y de Canaán, y grande tribulación; y
nuestros padres no hallaban alimentos.
(Hch 7:12) Cuando oyó Jacob que había
trigo en Egipto, envió a nuestros padres la primera vez.
(Hch 7:13) Y en la segunda, José se
dio a conocer a sus hermanos, y fue manifestado
a Faraón el linaje de José.
(Hch 7:14) Y enviando José, hizo
venir a su padre Jacob, y a toda su parentela, en número de setenta y cinco almas [personas].
(Hch 7:15) Así descendió Jacob a
Egipto, donde murió él, y también nuestros padres;
(Hch 7:16) los cuales fueron
trasladados a Siquem, y puestos en el sepulcro que a precio de dinero compró
Abraham de los hijos de Hamor en Siquem.
(Hch 7:17) Pero cuando se acercaba el
tiempo de la promesa, que Dios había jurado a Abraham, el pueblo creció y se
multiplicó en Egipto,
(Hch 7:18) hasta que se levantó en
Egipto otro rey que no conocía a José.
(Hch 7:19) Este rey, usando de astucia
con nuestro pueblo, maltrató a nuestros padres, a fin de que expusiesen a la muerte a sus niños, para que no se
propagasen.
(Hch 7:20) En aquel mismo tiempo nació Moisés, y fue agradable a Dios;
y fue criado tres meses en casa de su padre.
(Hch 7:21) Pero siendo expuesto a la muerte, la hija de Faraón le recogió y le
crió como a hijo suyo.
(Hch 7:22) Y fue enseñado Moisés en
toda la sabiduría de los egipcios; y era poderoso en
sus palabras y obras.
(Hch 7:23) Cuando hubo cumplido la
edad de cuarenta años, le vino al corazón el visitar
a sus hermanos, los hijos de Israel.
(Hch 7:24) Y al ver a uno que era
maltratado, lo defendió, e hiriendo al egipcio, vengó al oprimido.
(Hch 7:25) Pero él estimaba que sus
hermanos comprendían que Dios les daría libertad por mano suya; mas ellos no lo
habían entendido así.
(Hch 7:26) Y al día siguiente, se
presentó a unos de ellos que reñían, y los ponía en paz,
diciendo: Varones, hermanos son, ¿por qué se maltratan el uno al otro?
(Hch 7:27) Entonces el que maltrataba
a su prójimo le rechazó, diciendo: ¿Quién te ha puesto por gobernante y juez
sobre nosotros?
(Hch 7:28) ¿Quieres tú matarme, como
mataste ayer al egipcio?
(Hch 7:29) Al oír esta palabra,
Moisés huyó, y vivió como extranjero en tierra de Madián, donde engendró dos
hijos.
(Hch 7:30) Pasados cuarenta años, un ángel TM [del Señor] se le apareció en el desierto del monte Sinaí, en la llama de fuego de
una zarza.
(Hch 7:31) Entonces Moisés, mirando,
se maravilló de la visión; y acercándose para observar, vino a él la voz del
Señor:
(Hch 7:32) Yo soy el Dios de tus
padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob. Y Moisés,
temblando, no se atrevía a mirar.
(Hch 7:33) Y le dijo el Señor: Quita
el calzado de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra santa.
(Hch 7:34) Ciertamente he visto la
aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he escuchado su gemido, y he
descendido para librarlos. Ahora, por lo tanto, ven, te enviaré a Egipto.
(Hch 7:35) A este Moisés, a quien
habían rechazado, diciendo: ¿Quién te ha puesto por gobernante y juez?, a éste
lo envió Dios como gobernante y libertador por mano del ángel que se le
apareció en la zarza.
(Hch 7:36) Este los sacó, habiendo
hecho maravillas [prodigios,
cosas extraordinarias] y señales
en tierra de Egipto, y en el Mar Rojo, y en el desierto por cuarenta años.
(Hch 7:37) Este Moisés es el que dijo
a los hijos de Israel: Profeta les
levantará el Señor su [de ustedes] Dios de entre sus [de ustedes] hermanos, como a mí; a él oirán.
(Hch 7:38) Este es aquel Moisés que
estuvo en la congregación en el desierto con el ángel que le hablaba en el
monte Sinaí, y con nuestros padres, y que recibió palabras de vida que darnos;
(Hch 7:39) al cual nuestros padres no
quisieron obedecer, sino que le desecharon, y en sus corazones se volvieron a
Egipto,
(Hch 7:40) cuando dijeron a Aarón:
Haznos dioses que vayan delante de nosotros; porque a este Moisés, que nos sacó
de la tierra de Egipto, no sabemos qué le haya acontecido.
(Hch 7:41) Entonces hicieron un
becerro, y ofrecieron sacrificio al ídolo, y en las obras de sus manos se
regocijaron.
(Hch 7:42) Y Dios se apartó, y los
entregó a que rindiesen culto al ejército del cielo; como está
escrito en el libro de los profetas: ¿Acaso me ofrecieron víctimas y
sacrificios en el desierto por cuarenta
años, casa de Israel?
(Hch 7:43) Antes bien llevaron el
tabernáculo de Moloc, Y la estrella de su [de ustedes] dios Renfán, Figuras que se hicieron para adorarlas. les transportaré,
por lo tanto, más allá de Babilonia.
(Hch 7:44) Tuvieron nuestros padres
el tabernáculo del testimonio en el
desierto, como había ordenado Dios cuando dijo a Moisés que lo hiciese conforme al modelo que había visto.
(Hch 7:45) El cual, recibido a su vez
por nuestros padres, lo introdujeron con Josué al tomar posesión de la tierra
de los gentiles, a los cuales Dios arrojó de la presencia de nuestros padres,
hasta los días de David.
(Hch 7:46) Este halló gracia delante
de Dios, y pidió proveer tabernáculo para el Dios de Jacob.
(Hch 7:47) Mas Salomón le edificó casa;
(Hch 7:48) si bien el Altísimo no habita en templos hechos de mano, como dice el profeta:
(Hch 7:49) El cielo es mi trono, Y la
tierra el estrado de mis pies. ¿Qué casa me edificarán? dice
el Señor; ¿O cuál es el lugar de mi reposo?
(Hch 7:50) ¿No hizo mi mano todas
estas cosas?
(Hch 7:51) ¡Duros de cerviz, e
incircuncisos de corazón y de oídos!
Ustedes resisten siempre al Espíritu
Santo; como sus [de ustedes] padres, así también ustedes.
(Hch 7:52) ¿A cuál de los profetas no persiguieron sus [de ustedes] padres? Y mataron a los que anunciaron de antemano la venida del Justo,
de quien ustedes ahora han sido entregadores y matadores;
(Hch 7:53) ustedes que recibieron la ley por disposición de ángeles, y no la
guardaron.
(Hch 7:54) Oyendo estas cosas, se
enfurecían en sus corazones, y crujían los dientes contra él.
(Hch 7:55) Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo,
vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios,
(Hch 7:56) y dijo: He aquí, veo los
cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios.
(Hch 7:57) Entonces ellos, dando
grandes voces, se taparon los oídos, y arremetieron a una contra él.
(Hch 7:58) Y echándole fuera de la
ciudad, le apedrearon; y los testigos pusieron sus ropas a los pies de un joven
que se llamaba Saulo.
(Hch 7:59) Y apedreaban a Esteban,
mientras él invocaba y decía: Señor Jesús, recibe mi espíritu.
(Hch 7:60) Y puesto de rodillas, clamó a gran voz: Señor, no les
tomes en cuenta este pecado. Y habiendo
dicho esto, durmió.
Saulo
persigue a la Iglesia
(Hch 8:1) Y Saulo consentía en su muerte. En aquel día hubo una gran
persecución contra la iglesia que estaba en Jerusalén; y
todos fueron esparcidos por las tierras de Judea y de Samaria, excepto los
apóstoles.
(Hch 8:2) Y hombres piadosos
llevaron a enterrar a Esteban, e hicieron gran llanto sobre él.
(Hch 8:3) Y Saulo asolaba la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a hombres y a
mujeres, y los entregaba en la cárcel.
Predicación
del Evangelio por todas partes
(Hch 8:4) Pero los que fueron
esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio.
Predicación
del Evangelio en Samaria
(Hch 8:5) Entonces Felipe, descendiendo
a la ciudad de Samaria, les predicaba a Cristo.
(Hch 8:6) Y la gente, unánime,
escuchaba atentamente las cosas que decía Felipe, oyendo y viendo las señales que hacía.
(Hch 8:7) Porque de muchos que
tenían espíritus inmundos, salían éstos
dando grandes voces; y muchos paralíticos y cojos eran sanados;
(Hch 8:8) así que había gran gozo en
aquella ciudad.
(Hch 8:9) Pero había un hombre
llamado Simón, que antes ejercía la magia en aquella ciudad, y había engañado a la gente de Samaria, haciéndose pasar por algún grande.
(Hch 8:10) A éste oían atentamente
todos, desde el más pequeño hasta el más grande, diciendo: Este es el gran
poder de Dios.
(Hch 8:11) Y le estaban atentos,
porque con sus artes mágicas les había engañado mucho
tiempo.
(Hch 8:12) Pero cuando creyeron a
Felipe, que anunciaba el evangelio del
reino de Dios y el nombre de Jesús, el Cristo, se bautizaban hombres y mujeres.
(Hch 8:13) También creyó Simón mismo,
y habiéndose bautizado, estaba siempre con Felipe; y viendo las señales y
grandes milagros que se hacían, estaba atónito.
(Hch 8:14) Cuando los apóstoles que
estaban en Jerusalén oyeron que Samaria había recibido la palabra de Dios,
enviaron allá a Pedro y a Juan;
(Hch 8:15) los cuales, habiendo
venido, oraron por ellos para que
recibiesen el Espíritu Santo;
(Hch 8:16) porque aún no había
descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente habían sido bautizados en
el nombre de Jesús.
(Hch 8:17) Entonces les imponían las
manos, y recibían el Espíritu Santo.
(Hch 8:18) Cuando vio Simón que por
la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero,
(Hch 8:19) diciendo: Denme también a
mí este poder, para que cualquiera a quien yo impusiere las manos reciba el Espíritu Santo.
(Hch 8:20) Entonces Pedro le dijo: Tu
dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con
dinero.
(Hch 8:21) No tienes tú parte ni
suerte en este asunto, porque tu corazón
no es recto delante de Dios.
(Hch 8:22) Arrepiéntete, por lo tanto, de esta tu maldad, y ruega a Dios, si quizá te sea perdonado el pensamiento de tu corazón;
(Hch 8:23) porque en hiel de amargura
y en prisión de maldad veo que estás.
(Hch 8:24) Respondiendo entonces
Simón, dijo: Rueguen ustedes por mí al Señor, para que nada de esto que han
dicho venga sobre mí.
(Hch 8:25) Y ellos, habiendo
testificado y hablado la palabra de Dios, se volvieron a Jerusalén, y en muchas
poblaciones de los samaritanos anunciaron el evangelio.
Felipe y el
etíope
(Hch 8:26) Un ángel del Señor habló a
Felipe, diciendo: Levántate y ve hacia el sur, por el camino que desciende de
Jerusalén a Gaza, el cual es desierto.
(Hch 8:27) Entonces él se levantó y
fue. Y sucedió que un etíope, eunuco, funcionario de Candace reina de los
etíopes, el cual estaba sobre todos sus tesoros, y había venido a Jerusalén
para adorar,
(Hch 8:28) volvía sentado en su
carro, y leyendo al profeta Isaías.
(Hch 8:29) Y el Espíritu dijo a Felipe: Acércate y júntate a
ese carro.
(Hch 8:30) Acudiendo Felipe, le oyó
que leía al profeta Isaías, y dijo:
Pero ¿entiendes lo que lees?
(Hch 8:31) El dijo: ¿Y cómo podré, si
alguno no me enseñare? Y rogó a Felipe que subiese y se sentara con él.
(Hch 8:32) El pasaje de la Escritura
que leía era este: Como oveja a la muerte
fue llevado; Y como cordero mudo delante del que lo trasquila, Así no abrió su
boca.
(Hch 8:33) En su humillación no se le
hizo justicia; Mas su generación,
¿quién la contará? Porque fue quitada de la tierra su vida.
(Hch 8:34) Respondiendo el eunuco,
dijo a Felipe: Te ruego que me digas: ¿de quién dice el profeta esto; de sí mismo, o de algún otro?
(Hch 8:35) Entonces Felipe, abriendo
su boca, y comenzando desde esta escritura, le anunció
el evangelio de Jesús.
(Hch 8:36) Y yendo por el camino,
llegaron a cierta agua, y dijo el eunuco: Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea
bautizado?
(Hch 8:37) TR [ Felipe dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes. Y respondiendo, dijo:
Creo que Jesús, el Cristo es el Hijo de Dios].
(Hch 8:38) Y mandó parar el carro; y
descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó.
(Hch 8:39) Cuando subieron del agua,
el Espíritu del Señor arrebató a
Felipe; y el eunuco no le vio más, y siguió gozoso su camino.
(Hch 8:40) Pero Felipe se encontró en
Azoto; y pasando, anunciaba el evangelio
en todas las ciudades, hasta que llegó a Cesarea.
Conversión de
Saulo
(Hch 22:6–16; 26:12–18)
(Hch 9:1) Saulo, respirando aún
amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, vino al sumo sacerdote,
(Hch 9:2) y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de que si hallase
algunos hombres o mujeres de este Camino, los trajese presos a Jerusalén.
(Hch 9:3) Mas yendo por el camino,
sucedió que al llegar cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor
de luz del cielo;
(Hch 9:4) y cayendo en tierra, oyó
una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?
(Hch 9:5) El dijo: ¿Quién eres,
Señor? Y TM [el Señor] le dijo: Yo soy Jesús,
a quien tú persigues; TR [dura cosa te es dar coces contra el aguijón].
(Hch 9:6) TR [El, temblando y
temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga? Y el Señor le dijo: Levántate
y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer].
(Hch 9:7) Y los hombres que iban con
Saulo se pararon atónitos, oyendo de hecho la voz, mas sin ver a nadie.
(Hch 9:8) Entonces Saulo se levantó
de tierra, y abriendo los ojos, no veía a nadie; así que, llevándole por la
mano, le metieron en Damasco,
(Hch 9:9) donde estuvo tres días sin
ver, y no comió ni bebió.
(Hch 9:10) Había entonces en Damasco
un discípulo llamado Ananías, a quien el Señor dijo en visión: Ananías. Y él
respondió: Heme aquí, Señor.
(Hch 9:11) Y el Señor le dijo:
Levántate, y ve a la calle que se llama Derecha, y busca en casa de Judas a uno
llamado Saulo, de Tarso; porque he aquí, él ora,
(Hch 9:12) y ha visto en visión a un
varón llamado Ananías, que entra y le pone las manos encima para que recobre la
vista.
(Hch 9:13) Entonces Ananías
respondió: Señor, he escuchado de muchos acerca de este hombre, cuántos males
ha hecho a tus santos en Jerusalén;
(Hch 9:14) y aun aquí tiene autoridad de los principales sacerdotes para
prender a todos los que invocan tu nombre.
(Hch 9:15) El Señor le dijo: Ve,
porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de
los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel;
(Hch 9:16) porque yo le mostraré
cuánto le es necesario sufrir [padecer] por mi nombre.
(Hch 9:17) Fue entonces Ananías y
entró en la casa, y poniendo sobre él las manos, dijo: Hermano Saulo, el Señor
Jesús, que se te apareció en el camino por donde venías, me ha enviado para que
recibas la vista y seas lleno del Espíritu
Santo.
(Hch 9:18) Y al momento le cayeron de
los ojos como escamas, y recibió al instante la vista; y levantándose, fue
bautizado.
(Hch 9:19) Y habiendo tomado
alimento, recobró fuerzas. Y estuvo Saulo por algunos días con los discípulos
que estaban en Damasco.
Saulo predica
en Damasco
(Hch 9:20) En seguida predicaba a
Cristo en las sinagogas, diciendo que éste era el Hijo de Dios.
(Hch 9:21) Y todos los que le oían
estaban atónitos, y decían: ¿No es éste el que asolaba en Jerusalén a los que
invocaban este nombre, y a eso vino acá, para llevarlos presos ante los
principales sacerdotes?
(Hch 9:22) Pero Saulo mucho más se
esforzaba, y confundía a los judíos que habitaban [residían, moraban] en Damasco, demostrando que Jesús era el Cristo.
Saulo escapa
de los judíos
(Hch 9:23) Pasados muchos días, los
judíos resolvieron en consejo matarle;
(Hch 9:24) pero sus asechanzas
llegaron a conocimiento de Saulo. Y
ellos guardaban las puertas de día y de noche para matarle.
(Hch 9:25) Entonces los discípulos,
tomándole de noche, le bajaron por el muro, descolgándole en una canasta.
Saulo en Jerusalén
(Hch 9:26) Cuando llegó a Jerusalén,
trataba de juntarse con los discípulos; pero todos le tenían miedo, no creyendo
que fuese discípulo.
(Hch 9:27) Entonces Bernabé,
tomándole, lo trajo a los apóstoles, y les contó cómo Saulo había visto en el camino
al Señor, el cual le había hablado, y cómo en Damasco había hablado
valerosamente [con
confianza, con franqueza] en el nombre de Jesús.
(Hch 9:28) Y estaba con ellos en
Jerusalén; y entraba y salía,
(Hch 9:29) y hablaba denodadamente [confiadamente, francamente] en el nombre del Señor, y disputaba con los griegos; pero éstos
procuraban matarle.
(Hch 9:30) Cuando supieron esto los
hermanos, le llevaron hasta Cesarea, y le enviaron a Tarso.
(Hch 9:31) Entonces las iglesias tenían paz por
toda Judea, Galilea y Samaria; y eran edificadas,
andando en el temor del Señor, y se acrecentaban fortalecidas por el Espíritu Santo.
Curación de
Eneas
(Hch 9:32) Sucedió que Pedro,
visitando a todos, vino también a los santos que habitaban en Lida.
(Hch 9:33) Y halló allí a uno que se
llamaba Eneas, que hacía ocho años que estaba en cama, puesto que era paralítico.
(Hch 9:34) Y le dijo Pedro: Eneas, «Jesús,, el Cristo» te sana; levántate, y haz
tu cama. Y en seguida se levantó.
(Hch 9:35) Y le vieron todos los que
habitaban en Lida y en Sarón, los cuales se convirtieron
al Señor.
Dorcas es
resucitada
(Hch 9:36) Había entonces en Jope una
discípula llamada Tabita, que traducido quiere decir, Dorcas. Esta abundaba en
buenas obras y en limosnas que hacía.
(Hch 9:37) Y sucedió que en aquellos
días enfermó y murió. Después de lavada, la pusieron en una sala.
(Hch 9:38) Y como Lida estaba cerca
de Jope, los discípulos, oyendo que Pedro estaba allí, le enviaron dos hombres,
a rogarle: No tardes en venir a nosotros.
(Hch 9:39) Levantándose entonces
Pedro, fue con ellos; y cuando llegó, le llevaron a la sala, donde le rodearon
todas las viudas, llorando y mostrando las túnicas y los vestidos que Dorcas
hacía cuando estaba con ellas.
(Hch 9:40) Entonces, sacando a todos,
Pedro se puso de rodillas y oró; y volviéndose al cuerpo, dijo: Tabita, levántate. Y ella abrió los ojos, y al
ver a Pedro, se incorporó.
(Hch 9:41) Y él, dándole la mano, la
levantó; entonces, llamando a los santos y a las viudas, la presentó viva.
(Hch 9:42) Esto fue notorio en toda
Jope, y muchos creyeron en el Señor.
(Hch 9:43) Y sucedió que se quedó
muchos días en Jope en casa de un cierto Simón, curtidor.
Pedro y
Cornelio
(Hch 10:1) Había en Cesarea un hombre llamado Cornelio, centurión de la compañía
llamada la Italiana,
(Hch 10:2) piadoso y temeroso de Dios con toda su casa, y que hacía muchas
limosnas al pueblo, y oraba a Dios siempre.
(Hch 10:3) Este vio claramente en una visión, como a la hora novena del día, que
un ángel de Dios entraba donde él estaba, y le decía: Cornelio.
(Hch 10:4) El, mirándole fijamente, y atemorizado, dijo: ¿Qué es, Señor? Y le
dijo: Tus oraciones y tus limosnas han subido para memoria delante de Dios.
(Hch 10:5) Envía, por lo tanto, ahora hombres a Jope, y haz venir a Simón, el que
tiene por sobrenombre Pedro.
(Hch 10:6) Este posa en casa de cierto Simón curtidor, que tiene su casa junto al
mar; él te dirá lo que es necesario que hagas.
(Hch 10:7) Ido el ángel que hablaba con Cornelio, éste llamó a dos de sus criados,
y a un devoto soldado de los que le asistían;
(Hch 10:8) a los cuales envió a Jope, después de haberles contado todo.
(Hch 10:9) Al día siguiente, mientras ellos iban por el camino y se acercaban a la
ciudad, Pedro subió a la azotea para orar,
cerca de la hora sexta.
(Hch 10:10) Y tuvo gran hambre, y quiso comer; pero mientras le preparaban algo, «le sobrevino» un éxtasis;
(Hch 10:11) y vio el cielo abierto, y que descendía algo semejante a un gran lienzo,
que atado de las cuatro puntas era bajado a la tierra;
(Hch 10:12) en el cual había de todos los cuadrúpedos terrestres, TM [bestias salvajes] y reptiles y aves
del cielo.
(Hch 10:13) Y le vino una voz: Levántate, Pedro, mata y come.
(Hch 10:14) Entonces Pedro dijo: Señor, no; porque ninguna cosa común o inmunda he
comido jamás.
(Hch 10:15) Volvió la voz a él la segunda vez: Lo que Dios limpió, no lo llames tú
común.
(Hch 10:16) Esto se hizo tres veces; y aquel lienzo volvió a ser recogido en el
cielo.
(Hch 10:17) Y mientras Pedro estaba perplejo dentro de sí sobre lo que significaría
la visión que había visto, he aquí los hombres que habían sido enviados por
Cornelio, los cuales, preguntando por la casa de Simón, llegaron a la puerta.
(Hch 10:18) Y llamando, preguntaron si moraba allí un Simón que tenía por
sobrenombre Pedro.
(Hch 10:19) Y mientras Pedro pensaba en la visión, le dijo el Espíritu: He aquí, tres hombres te buscan.
(Hch 10:20) Levántate, por lo tanto, y desciende y no dudes de ir con ellos, porque
yo los he enviado.
(Hch 10:21) Entonces Pedro, descendiendo a donde estaban los hombres que fueron
enviados por Cornelio, les dijo: «He aquí,» yo soy el que buscan; ¿cuál es la causa por la que han venido?
(Hch 10:22) Ellos dijeron: Cornelio el centurión, varón justo y temeroso de Dios, y
que tiene buen testimonio en toda la
nación de los judíos, ha recibido instrucciones de un santo ángel, de hacerte
venir a su casa para oír tus declaraciones.
(Hch 10:23) Entonces, haciéndoles entrar, los hospedó. Y al día siguiente,
levantándose, se fue con ellos; y le acompañaron algunos de los hermanos de
Jope.
(Hch 10:24) Al otro día entraron en Cesarea. Y Cornelio los estaba esperando,
habiendo convocado a sus parientes y amigos más íntimos.
(Hch 10:25) Cuando Pedro entró, salió Cornelio a recibirle, y postrándose a sus
pies, adoró.
(Hch 10:26) Mas Pedro le levantó, diciendo: Levántate, puesto que yo mismo también
soy hombre.
(Hch 10:27) Y hablando con él, entró, y halló a muchos que se habían reunido.
(Hch 10:28) Y les dijo: Ustedes saben cuán abominable es para un varón judío
juntarse o acercarse a un extranjero; pero a mí me ha mostrado Dios que a
ningún hombre llame común o inmundo;
(Hch 10:29) por lo cual, al ser llamado, vine sin replicar. Así que pregunto: ¿Por
qué causa me han hecho venir?
(Hch 10:30) Entonces Cornelio dijo: Hace cuatro días que a esta hora yo estaba en
ayunas; y a la hora novena, mientras oraba
en mi casa, vi que se puso delante de mí un varón con vestido resplandeciente,
(Hch 10:31) y dijo: Cornelio, tu oración ha
sido oída, y tus limosnas han sido recordadas delante de Dios.
(Hch 10:32) Envía, por lo tanto, a Jope, y haz venir a Simón el que tiene por
sobrenombre Pedro, el cual mora en casa de Simón, un curtidor, junto al mar; y
cuando llegue, él te hablará.
(Hch 10:33) Así que luego envié por ti; y tú has hecho bien en venir. Ahora, por lo
tanto, todos nosotros estamos aquí en la presencia de Dios, para oír todo lo
que Dios te ha mandado.
(Hch 10:34) Entonces Pedro, abriendo la boca, dijo: En verdad
comprendo que Dios no hace acepción de personas,
(Hch 10:35) sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia.
(Hch 10:36) Dios envió mensaje a los hijos de Israel, anunciando el evangelio de la paz
por medio de Jesús, el Cristo; éste es Señor de todos.
(Hch 10:37) Ustedes saben la declaración que se divulgó por toda
Judea, comenzando desde Galilea, después del bautismo que predicó Juan:
(Hch 10:38) cómo Dios ungió con el Espíritu
Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo bienes y
sanando a todos los oprimidos por el diablo,
porque Dios estaba con él.
(Hch 10:39) Y nosotros somos testigos de todas las cosas que Jesús hizo en la
tierra de Judea y en Jerusalén; a quien mataron colgándole en un madero.
(Hch 10:40) A éste levantó Dios al tercer día, e hizo que se manifestase;
(Hch 10:41) no a todo el pueblo, sino a los testigos que Dios había ordenado de
antemano, a nosotros que comimos y bebimos con él después que resucitó de los
muertos.
(Hch 10:42) Y nos mandó que predicásemos al pueblo, y testificásemos que él es el
que Dios ha puesto por Juez de vivos y muertos.
(Hch 10:43) De éste dan testimonio todos
los profetas, que todos los que en él
creyeren, recibirán perdón de pecados
por su nombre.
(Hch 10:44) Mientras aún hablaba Pedro estas declaraciones, el
Espíritu Santo cayó sobre todos los que
oían el discurso.
(Hch 10:45) Y los fieles de la circuncisión que habían venido con Pedro se quedaron
atónitos de que también sobre los gentiles se derramase el don del Espíritu Santo.
(Hch 10:46) Porque los oían que hablaban en lenguas, y que magnificaban a Dios.
(Hch 10:47) Entonces respondió Pedro: ¿Puede acaso alguno impedir el agua, para que
no sean bautizados estos que han recibido el Espíritu
Santo también como nosotros?
(Hch 10:48) Y mandó bautizarles en el nombre del Señor [Jesús]. Entonces le rogaron que se quedase por algunos días.
Informe de
Pedro a la Iglesia en Jerusalén
(Hch 11:1) Oyeron los apóstoles y los hermanos que estaban en Judea, que también
los gentiles habían recibido la palabra de Dios.
(Hch 11:2) Y cuando Pedro subió a Jerusalén, disputaban con él los que eran de la
circuncisión,
(Hch 11:3) diciendo : ¿Por qué has entrado en casa de hombres incircuncisos, y has
comido con ellos?
(Hch 11:4) Entonces comenzó Pedro a contarles por orden lo sucedido, diciendo:
(Hch 11:5) Estaba yo en la ciudad de Jope orando,
y vi en éxtasis una visión; algo semejante
a un gran lienzo que descendía, que por las cuatro puntas era bajado del cielo
y venía hasta mí.
(Hch 11:6) Cuando fijé en él los ojos, consideré y vi cuadrúpedos terrestres, y
fieras, y reptiles, y aves del cielo.
(Hch 11:7) Y oí una voz que me decía: Levántate, Pedro, mata y come.
(Hch 11:8) Y dije: Señor, no; porque ninguna cosa común o inmunda entró jamás en
mi boca.
(Hch 11:9) Entonces la voz me respondió del cielo por segunda vez: Lo que Dios
limpió, no lo llames tú común.
(Hch 11:10) Y esto se hizo tres veces, y volvió todo a ser llevado arriba al cielo.
(Hch 11:11) Y he aquí, luego llegaron tres hombres a la casa «donde yo estaba,» enviados a mí desde
Cesarea.
(Hch 11:12) Y el Espíritu me dijo que fuese
con ellos sin dudar. Fueron también conmigo estos seis hermanos, y entramos en
casa de un varón,
(Hch 11:13) quien nos contó cómo había visto en su casa un ángel, que se puso en
pie y le dijo: Envía hombres a Jope, y haz venir a Simón, el que tiene por
sobrenombre Pedro;
(Hch 11:14) él te hablará declaraciones por las cuales serás
salvado tú, y toda tu casa.
(Hch 11:15) Y cuando comencé a hablar, cayó el Espíritu
Santo sobre ellos también, como sobre nosotros al principio.
(Hch 11:16) Entonces me acordé de lo declarado por el Señor, cuando dijo:
Juan ciertamente bautizó en agua, mas ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo.
(Hch 11:17) Si Dios, por lo tanto, les concedió también el mismo don que a nosotros
que hemos creído en el Señor Jesús, el Cristo, ¿quién era yo que pudiese
estorbar a Dios?
(Hch 11:18) Entonces, oídas estas cosas, callaron, y glorificaron a Dios, diciendo:
¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida!
La Iglesia en
Antioquia
(Hch 11:19) Ahora bien, los que habían sido esparcidos a causa de la persecución
que hubo con motivo de Esteban, pasaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, no
hablando a nadie la palabra, sino sólo a los judíos.
(Hch 11:20) Pero había entre ellos unos varones de Chipre y de Cirene, los cuales,
cuando entraron en Antioquía, hablaron también a los griegos, anunciando el evangelio del Señor Jesús.
(Hch 11:21) Y la mano del Señor estaba con ellos, y gran número creyó y se convirtió al Señor.
(Hch 11:22) Llegó la noticia de estas cosas a oídos de la iglesia
que estaba en Jerusalén; y enviaron a Bernabé que fuese hasta Antioquía.
(Hch 11:23) Este, cuando llegó, y vio la gracia de Dios, se regocijó, y exhortó a
todos a que con propósito de corazón permaneciesen
fieles al Señor.
(Hch 11:24) Porque era varón bueno, y lleno del Espíritu
Santo y de fe. Y una gran multitud fue
agregada al Señor.
(Hch 11:25) Después fue Bernabé a Tarso para buscar a Saulo; y hallándole, le trajo
a Antioquía.
(Hch 11:26) Y se congregaron allí todo un año con la iglesia, y enseñaron a mucha gente; y a los discípulos se les llamó
cristianos por primera vez en Antioquía.
(Hch 11:27) En aquellos días unos profetas
descendieron de Jerusalén a Antioquía.
(Hch 11:28) Y levantándose uno de ellos, llamado Agabo, daba a entender por el Espíritu, que vendría una gran hambre en toda
la tierra habitada; la cual sucedió en tiempo
de Claudio TM [César].
(Hch 11:29) Entonces los discípulos, cada uno conforme a lo
que tenía, determinaron enviar socorro a los hermanos que habitaban en Judea;
(Hch 11:30) lo cual en efecto hicieron, enviándolo a los ancianos por mano de
Bernabé y de Saulo.
Jacobo
muerto, Pedro encarcelado
(Hch 12:1) En aquel mismo tiempo el rey
Herodes echó mano a algunos de la iglesia para maltratarles.
(Hch 12:2) Y mató a espada a Jacobo, hermano de Juan.
(Hch 12:3) Y viendo que esto había agradado a los judíos, procedió a prender
también a Pedro. Eran entonces los días de los panes sin levadura.
(Hch 12:4) Y habiéndole tomado preso, le puso en la cárcel, entregándole a cuatro
grupos de cuatro soldados cada uno, para que le custodiasen; y se proponía
sacarle al pueblo después de la pascua.
(Hch 12:5) Así que Pedro estaba custodiado en la cárcel; pero la iglesia hacía sin cesar oración
a Dios por él.
Pedro es
librado de la cárcel
(Hch 12:6) Y cuando Herodes le iba a sacar, aquella misma noche estaba Pedro
durmiendo entre dos soldados, sujeto con dos cadenas, y los guardas delante de
la puerta custodiaban la cárcel.
(Hch 12:7) Y he aquí que se presentó un ángel del Señor, y una luz resplandeció en la cárcel; y tocando a Pedro
en el costado, le despertó, diciendo: Levántate pronto. Y las cadenas se le
cayeron de las manos.
(Hch 12:8) Le dijo el ángel: Cíñete, y átate las sandalias. Y lo hizo así. Y le
dijo: Envuélvete en tu manto, y sígueme.
(Hch 12:9) Y saliendo, le seguía; pero no sabía que era verdad
lo que hacía el ángel, sino que pensaba que veía una visión.
(Hch 12:10) Habiendo pasado la primera y la segunda guardia, llegaron a la puerta
de hierro que daba a la ciudad, la cual se les abrió «por sí misma;» y salidos, pasaron una
calle, y luego el ángel se apartó de él.
(Hch 12:11) Entonces Pedro, volviendo en sí, dijo: Ahora entiendo verdaderamente que el Señor ha enviado su ángel, y me ha librado de
la mano de Herodes, y de todo lo que el pueblo de los judíos esperaba.
(Hch 12:12) Y habiendo considerado esto, llegó a casa de María la madre de Juan, el
que tenía por sobrenombre Marcos, donde muchos estaban reunidos orando.
(Hch 12:13) Cuando llamó Pedro a la puerta del patio, salió a escuchar una muchacha
llamada Rode,
(Hch 12:14) la cual, cuando reconoció la voz de Pedro, de gozo no abrió la puerta,
sino que corriendo adentro, dio la nueva de que Pedro estaba a la puerta.
(Hch 12:15) Y ellos le dijeron: Estás loca. Pero ella aseguraba que así era.
Entonces ellos decían: ¡Es su ángel!
(Hch 12:16) Mas Pedro persistía en llamar; y cuando abrieron y le vieron, se
quedaron atónitos.
(Hch 12:17) Pero él, haciéndoles con la mano señal de que callasen, les contó cómo
el Señor le había sacado de la cárcel. Y dijo: Hagan saber esto a Jacobo y a
los hermanos. Y salió, y se fue a otro lugar.
(Hch 12:18) Luego que fue de día, hubo no poco alboroto entre los soldados sobre
qué había sido de Pedro.
(Hch 12:19) Mas Herodes, habiéndole buscado sin hallarle, después de interrogar a
los guardas, ordenó llevarlos a la muerte.
Después descendió de Judea a Cesarea y se quedó allí.
Muerte de
Herodes
(Hch 12:20) Y Herodes estaba enojado contra los de Tiro y de Sidón; pero ellos
vinieron de acuerdo ante él, y sobornado Blasto, que era camarero mayor del
rey, pedían paz, porque su territorio
era abastecido por el del rey.
(Hch 12:21) Y un día señalado, Herodes, vestido de ropas reales, se sentó en el
tribunal y les arengó.
(Hch 12:22) Y el pueblo aclamaba gritando: ¡Voz de Dios, y no de hombre!
(Hch 12:23) Al instante un ángel del Señor le hirió, por cuanto no dio la gloria a
Dios; y expiró comido de gusanos.
(Hch 12:24) Pero la palabra del Señor crecía y se multiplicaba.
(Hch 12:25) Y Bernabé y Saulo, cumplido su servicio, volvieron de Jerusalén,
llevando también consigo a Juan, el que tenía por sobrenombre Marcos.
Bernabé y
Saulo comienzan su primer viaje evangelístico
(Hch 13:1) Había entonces en la iglesia que estaba en Antioquía, profetas y maestros:
Bernabé, Simón el que se llamaba Niger, Lucio de Cirene, Manaén el que se había
criado junto con Herodes el tetrarca, y Saulo.
(Hch 13:2) Ministrando éstos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apártenme a Bernabé y a Saulo para la obra a
que los he llamado.
(Hch 13:3) Entonces, habiendo ayunado y orado,
les impusieron las manos y los despidieron.
Los apóstoles
predican en Chipre
(Hch 13:4) Ellos, entonces, enviados por el Espíritu
Santo, descendieron a Seleucia, y de allí navegaron a Chipre.
(Hch 13:5) Y llegados a Salamina, anunciaban la palabra de Dios en las sinagogas
de los judíos. Tenían también a Juan de ayudante.
(Hch 13:6) Y habiendo atravesado la isla hasta Pafos, hallaron a cierto mago,
falso profeta, judío, llamado Barjesús,
(Hch 13:7) que estaba con el procónsul Sergio Paulo, varón prudente. Este,
llamando a Bernabé y a Saulo, deseaba oír la palabra de Dios.
(Hch 13:8) Pero les resistía Elimas, el mago (pues así se traduce su nombre),
procurando apartar de la fe al
procónsul.
(Hch 13:9) Entonces Saulo, que también es Pablo, lleno del Espíritu Santo, fijando en él los ojos,
(Hch 13:10) dijo: ¡Oh, lleno de todo engaño y de toda maldad, hijo del diablo, enemigo de toda justicia! ¿No cesarás de trastornar los
caminos rectos del Señor?
(Hch 13:11) Ahora, por lo tanto, he aquí la mano del Señor está contra ti, y serás
ciego, y no verás el sol por algún tiempo. E inmediatamente cayeron sobre él
oscuridad y tinieblas; y andando alrededor, buscaba quien le condujese de la
mano.
(Hch 13:12) Entonces el procónsul, viendo lo que había sucedido, creyó, maravillado
de la doctrina del Señor.
Pablo y
Bernabé en Antioquía de Pisidia
(Hch 13:13) Habiendo zarpado de Pafos, Pablo y sus compañeros arribaron a Perge de
Panfilia; pero Juan, apartándose de ellos, volvió a Jerusalén.
(Hch 13:14) Ellos, pasando de Perge, llegaron a Antioquía de Pisidia; y entraron en
la sinagoga un día sábado [día de reposo o festivo] y se sentaron.
(Hch 13:15) Y después de la lectura de la ley
y de los profetas, los principales de
la sinagoga mandaron a decirles: Varones hermanos, si tienen alguna palabra de
exhortación para el pueblo, hablen.
(Hch 13:16) Entonces Pablo, levantándose, hecha señal de silencio con la mano,
dijo: Varones Israelitas, y los que temen a Dios, escuchen:
(Hch 13:17) El Dios de este pueblo de Israel escogió a nuestros padres, y enalteció
al pueblo, siendo ellos extranjeros en tierra de Egipto, y con brazo levantado
los sacó de ella.
(Hch 13:18) Y por un tiempo como de cuarenta años los soportó en el desierto;
(Hch 13:19) y habiendo destruido siete naciones en la tierra de Canaán, les dio en
herencia su territorio.
(Hch 13:20) Después, como por cuatrocientos
cincuenta años, les dio jueces hasta el profeta
Samuel.
(Hch 13:21) Luego pidieron rey, y Dios les dio a Saúl hijo de Cis, varón de la
tribu de Benjamín, por cuarenta años.
(Hch 13:22) Quitado éste, les levantó por rey a David, de quien dio también testimonio diciendo: He hallado a David hijo
de Isaí, varón conforme a mi corazón,
quien hará todo lo que yo quiero.
(Hch 13:23) De la descendencia de éste, y conforme a la promesa, Dios levantó a Jesús por Salvador a Israel.
(Hch 13:24) Antes de su venida, predicó Juan el bautismo de arrepentimiento a todo el pueblo de Israel.
(Hch 13:25) Mas cuando Juan terminaba su carrera, dijo: ¿Quién piensan que soy? No
soy yo él; mas he aquí viene tras mí uno de quien no soy digno de desatar el
calzado de los pies.
(Hch 13:26) Varones hermanos, hijos del linaje de Abraham, y los que entre ustedes
temen a Dios, a ustedes es enviada la palabra de esta salvación.
(Hch 13:27) Porque los habitantes de Jerusalén y sus gobernantes, no conociendo a
Jesús, ni las palabras de los profetas
que se leen todos los días sábados [días de reposo o festivos], las cumplieron al condenarle.
(Hch 13:28) Y sin hallar en él causa digna de muerte,
pidieron a Pilato que se le matase.
(Hch 13:29) Y habiendo cumplido todas las cosas que de él estaban escritas,
quitándolo del madero, lo pusieron en el sepulcro.
(Hch 13:30) Mas Dios le levantó de los muertos.
(Hch 13:31) Y él se apareció durante muchos días a los que habían subido juntamente
con él de Galilea a Jerusalén, los cuales ahora son sus testigos ante el
pueblo.
(Hch 13:32) Y nosotros también les anunciamos el evangelio
de aquella promesa hecha a nuestros
padres,
(Hch 13:33) la cual Dios ha cumplido a los hijos de ellos, a nosotros, resucitando
a Jesús; como está escrito también en el salmo segundo: Mi hijo eres tú, yo te
he engendrado hoy.
(Hch 13:34) Y en cuanto a que le levantó de los muertos para nunca más volver a
corrupción, lo dijo así : les daré las misericordias fieles de David.
(Hch 13:35) Por eso dice también en otro salmo: No permitirás que tu Santo vea
corrupción.
(Hch 13:36) Porque de hecho David, habiendo servido a su propia generación según la voluntad
de Dios, durmió, y fue reunido con sus padres, y vio corrupción.
(Hch 13:37) Mas aquel a quien Dios levantó, no vio corrupción.
(Hch 13:38) Sepan, por lo tanto, esto, varones hermanos: que por medio de él se les
anuncia perdón de pecados,
(Hch 13:39) y que de todo aquello de que por la ley
de Moisés no pudieron ser justificados,
en él es justificado todo aquel que
cree.
(Hch 13:40) Vean, por lo tanto, que no venga sobre ustedes lo que está dicho en los
profetas:
(Hch 13:41) Vean, oh despreciadores, y asómbrense, y desaparezcan; Porque yo hago
una obra en sus [de ustedes] días, Obra que no creerán, si alguien se la contare.
(Hch 13:42) Cuando salieron ellos de la sinagoga de los judíos, los gentiles les
rogaron «que el siguiente» día sábado [día de reposo o festivo] les hablasen «de estas declaraciones. »
(Hch 13:43) Y despedida la congregación, muchos de los judíos y de los prosélitos
piadosos siguieron a Pablo y a Bernabé, quienes hablándoles, les persuadían a
que perseverasen en la gracia de Dios.
(Hch 13:44) El siguiente día sábado [día de reposo o festivo] se juntó casi toda la ciudad para oír la palabra de Dios.
(Hch 13:45) Pero viendo los judíos la muchedumbre, se llenaron de celos, y rebatían
lo que Pablo decía, contradiciendo e injuriando [calumniando, blasfemando].
(Hch 13:46) Entonces Pablo y Bernabé, hablando con denuedo [confianza, franqueza], dijeron: A ustedes de hecho era necesario que se les hablase primero
la palabra de Dios; mas puesto que la desechan, y no se juzgan dignos de la vida eterna, he aquí, nos
volvemos a los gentiles.
(Hch 13:47) Porque así nos ha mandado el Señor, diciendo: Te he puesto para luz de los gentiles, A fin de que seas para salvación hasta lo último de la tierra.
(Hch 13:48) Los gentiles, oyendo esto, se regocijaban y glorificaban la palabra del
Señor, y creyeron todos los que estaban ordenados
para vida eterna.
(Hch 13:49) Y la palabra del Señor se difundía por toda aquella provincia.
(Hch 13:50) Pero los judíos instigaron a mujeres piadosas y distinguidas, y a los
principales de la ciudad, y levantaron persecución contra Pablo y Bernabé, y
los expulsaron de sus límites.
(Hch 13:51) Ellos entonces, sacudiendo contra ellos el polvo de sus pies, llegaron
a Iconio.
(Hch 13:52) Y los discípulos estaban llenos de gozo y del Espíritu Santo.